
Crónica Carnaval
La carne es la carne
Carlos A Limón
—¡No mames, casi nadien’ ha llegado todavía, wey’!
Pero la queja se pierde entre las reverberaciones de las bocinas sonidero style, mientras con parsimonia los convocados llegan vestidos con el atuendo básico de camisa blanca de manga larga, chaleco y pantalón negro de vestir que distingue a los huehues.
O a los chambelanes para quinceañeras.
Pero, mientras la mayoría de los bailarines de la cuadrilla sacan las pañoletas, mascadas, paliacates, sombreros de plumas y máscaras de las cajuelas de sus autos, varios diablos y bailarinas ya lucen sus atuendos. Los chamucos calan los látigos, haciéndolos restallar con singular alegría en el aire aún frío de la mañana.
De madrugada en el barrio de El Alto.
Un portalillo de El Alto que se ve triste, sólido —dirían las abuelas— sin sus “atributos nocturnos”. Un Garibaldi de El Alto descolorido sin sus grupos musicales, con una parte de los puestos de comida cerrados o presa de la somnolencia mañanera. Un mercado alteño con la “fauna de barrio” dormida o en plena retirada.
Esos latigazos que se pierden entre el tremendo ruido de las enormes bocinas sobre una destartalada camioneta del sonido del master César Juárez —patrocinador del la cuadrilla de danzantes “El Alto de Garibaldi”— mejor conocido como el Internacional Sonido Fantasma. Porque, en efecto, ya es tiempo de Carnaval.
Carnaval de la carne-levare.
Carnaval del carnevale.
Carnaval de las calestolentas.
Carnaval de la carne valetudinem.
El desmadre antes de la Cuaresma.
Es “para sacar adelante el barrio, y mantener nuestras tradiciones, pero también mejorándolas”, menciona Gabriel Morales, representante de la cuadrilla respecto a esta formación creada hace 16 años. “Se les exige a las cuadrillas que vengan estructuradas en cuanto a su formación, para que demos un buen espectáculo”.
Poco a poco, mientras gana consistencia el ambiente hacia el mediodía, la cuadrilla también engrosa filas y se encaminan hacia la 14 Oriente cuando otra cuadrilla (juntos, pero no revueltos) ya se dirige hacia el boulevard 5 de Mayo.
Y con la Casa Aguayo de fondo —también en otro carnaval, en otro desmadrito, sólo que cien por ciento electoral— se agrupan para la presentación las cuadrillas “10 de Mayo” y “Nueva Imagen”, ambas del barrio de Xonaca, junto a la de “El Alto”.
Estalla un caleidoscopio de colores, texturas, formas y preferencias. En corrillos se organizan huehues y bailarinas, diablitas y chamucos; hay diablos y huehues niños; las “maringuillas” se pasean con gesto serio pero relajado, concientes de la relevancia de su papel. Y aunque no es ni mucho menos el de Veracruz o el de Mazatlán —ya ni hablar del de Río— cada cuadrilla trae su dotación gay, muestra de que los tiempos cambian. “Pocos, pero bien locos”. O locas, como sea.
Inicia la cuadrilla invitada, la “10 de Mayo”. La gente aplaude y chifla; el grupo se despliega para desempeñar con oficio y tranquilidad los bailes tradicionales, como el Jarabe inglés, La jota, El baile de los lazos y los que todos conocemos por tonada, apelando al archivo mnemotécnico.
“Es la tradición (…) cuando los patrones europeos hacían sus fiestas, y para hacerles burla nuestros antepasados se vestían así en los carnavales. Por eso las máscaras son de tez clara y ojos verdes o azules, ‘güeritos’”, señala Pedro Rosas, también de “El Alto de Garibaldi”, con 23 años como danzante. Pero los diablos de las cuadrillas, lejos de ser el convidado de piedra, también “van por lo suyo” restallando látigos, burlándose de la gente, asustándola o sacándola a bailar, mientras rocían a los descuidados con una esencia floral de un bote de origen muy, pero muy dudoso.
Incluso los perros no se escapan de la rociada.
Los diablos de la carne están sueltos.
Pero cuando un demonio se ufana de unas bolsas de chicharrines y unos Bon ice que se “agenció”, una señora —delgada y bajita como rama de árbol— le suelta un manotazo para arrebatarle una bolsita. Hay un forcejeo breve, y la venerable se queda con ésta, demostrando que “más sabe el diablo por viejo…”
El chamuco finge disgusto y molestia, pero se dirige a otra parte de la multitud para quitarle a otro incauto una botella de tequila, que pasea burlón frente a la señora.
El calor de mediodía arrecia pero nadie se desanima; ya sea desde la sombra o aplaudiendo en plena 14 Oriente, la gente disfruta el paso de las otras cuadrillas, para completar la presentación, con la Casa Aguayo como escenario de fondo —antes Casa de Aguayo, antes La Marranera—; todos se maravillan con el ánimo y buen desempeño de las “maringuillas” y gays que mueven “el salero” con singular alegría.
Y cuando, terminada la presentación, un niño trata de acercarse a una “niña” gay —vestida como “bailaora” de flamenco— es detenido por su madre.
—Déjalo que se acerque, chingao’, así empezamos todos, bailando—espeta la “Carmela” a la suspicaz madre. Y la risa se prende entre el calor de la calle.
Porque, en efecto, ya es tiempo de Carnaval.
Y la carne es la carne.
La carne es la carne
Carlos A Limón
—¡No mames, casi nadien’ ha llegado todavía, wey’!
Pero la queja se pierde entre las reverberaciones de las bocinas sonidero style, mientras con parsimonia los convocados llegan vestidos con el atuendo básico de camisa blanca de manga larga, chaleco y pantalón negro de vestir que distingue a los huehues.
O a los chambelanes para quinceañeras.
Pero, mientras la mayoría de los bailarines de la cuadrilla sacan las pañoletas, mascadas, paliacates, sombreros de plumas y máscaras de las cajuelas de sus autos, varios diablos y bailarinas ya lucen sus atuendos. Los chamucos calan los látigos, haciéndolos restallar con singular alegría en el aire aún frío de la mañana.
De madrugada en el barrio de El Alto.
Un portalillo de El Alto que se ve triste, sólido —dirían las abuelas— sin sus “atributos nocturnos”. Un Garibaldi de El Alto descolorido sin sus grupos musicales, con una parte de los puestos de comida cerrados o presa de la somnolencia mañanera. Un mercado alteño con la “fauna de barrio” dormida o en plena retirada.
Esos latigazos que se pierden entre el tremendo ruido de las enormes bocinas sobre una destartalada camioneta del sonido del master César Juárez —patrocinador del la cuadrilla de danzantes “El Alto de Garibaldi”— mejor conocido como el Internacional Sonido Fantasma. Porque, en efecto, ya es tiempo de Carnaval.
Carnaval de la carne-levare.
Carnaval del carnevale.
Carnaval de las calestolentas.
Carnaval de la carne valetudinem.
El desmadre antes de la Cuaresma.
Es “para sacar adelante el barrio, y mantener nuestras tradiciones, pero también mejorándolas”, menciona Gabriel Morales, representante de la cuadrilla respecto a esta formación creada hace 16 años. “Se les exige a las cuadrillas que vengan estructuradas en cuanto a su formación, para que demos un buen espectáculo”.
Poco a poco, mientras gana consistencia el ambiente hacia el mediodía, la cuadrilla también engrosa filas y se encaminan hacia la 14 Oriente cuando otra cuadrilla (juntos, pero no revueltos) ya se dirige hacia el boulevard 5 de Mayo.
Y con la Casa Aguayo de fondo —también en otro carnaval, en otro desmadrito, sólo que cien por ciento electoral— se agrupan para la presentación las cuadrillas “10 de Mayo” y “Nueva Imagen”, ambas del barrio de Xonaca, junto a la de “El Alto”.
Estalla un caleidoscopio de colores, texturas, formas y preferencias. En corrillos se organizan huehues y bailarinas, diablitas y chamucos; hay diablos y huehues niños; las “maringuillas” se pasean con gesto serio pero relajado, concientes de la relevancia de su papel. Y aunque no es ni mucho menos el de Veracruz o el de Mazatlán —ya ni hablar del de Río— cada cuadrilla trae su dotación gay, muestra de que los tiempos cambian. “Pocos, pero bien locos”. O locas, como sea.
Inicia la cuadrilla invitada, la “10 de Mayo”. La gente aplaude y chifla; el grupo se despliega para desempeñar con oficio y tranquilidad los bailes tradicionales, como el Jarabe inglés, La jota, El baile de los lazos y los que todos conocemos por tonada, apelando al archivo mnemotécnico.
“Es la tradición (…) cuando los patrones europeos hacían sus fiestas, y para hacerles burla nuestros antepasados se vestían así en los carnavales. Por eso las máscaras son de tez clara y ojos verdes o azules, ‘güeritos’”, señala Pedro Rosas, también de “El Alto de Garibaldi”, con 23 años como danzante. Pero los diablos de las cuadrillas, lejos de ser el convidado de piedra, también “van por lo suyo” restallando látigos, burlándose de la gente, asustándola o sacándola a bailar, mientras rocían a los descuidados con una esencia floral de un bote de origen muy, pero muy dudoso.
Incluso los perros no se escapan de la rociada.
Los diablos de la carne están sueltos.
Pero cuando un demonio se ufana de unas bolsas de chicharrines y unos Bon ice que se “agenció”, una señora —delgada y bajita como rama de árbol— le suelta un manotazo para arrebatarle una bolsita. Hay un forcejeo breve, y la venerable se queda con ésta, demostrando que “más sabe el diablo por viejo…”
El chamuco finge disgusto y molestia, pero se dirige a otra parte de la multitud para quitarle a otro incauto una botella de tequila, que pasea burlón frente a la señora.
El calor de mediodía arrecia pero nadie se desanima; ya sea desde la sombra o aplaudiendo en plena 14 Oriente, la gente disfruta el paso de las otras cuadrillas, para completar la presentación, con la Casa Aguayo como escenario de fondo —antes Casa de Aguayo, antes La Marranera—; todos se maravillan con el ánimo y buen desempeño de las “maringuillas” y gays que mueven “el salero” con singular alegría.
Y cuando, terminada la presentación, un niño trata de acercarse a una “niña” gay —vestida como “bailaora” de flamenco— es detenido por su madre.
—Déjalo que se acerque, chingao’, así empezamos todos, bailando—espeta la “Carmela” a la suspicaz madre. Y la risa se prende entre el calor de la calle.
Porque, en efecto, ya es tiempo de Carnaval.
Y la carne es la carne.
08/02/2010
©® Carlos A Limón
Esta crónica sale completa en Intolerancia Revista el 15 de febrero.
wow!! amo el carnaval!
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