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Periodismo Poco Serio de Puebla

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sábado, 3 de noviembre de 2012


Reverse cowgirls from hell
 

 
Odio el maldito aire infer… perdón, invernal de noviembre.
Maldito frío. Maldito mes. Maldito trabajo.
Bueno, en realidad no lo odio.
Odio haber olvidado la chamarra forrada de plumas o el abrigo de lana. Detesto haber traído un simple y pinche “rompe vientos” que no protege (ni rompe) nada.
Je.
Okey. Sólo detesto el trabajo en estos momentos.
Elaborando informes y “cuadrando” cuentas hasta pasadas las nueve de la noche. Debería salir como todo burócrata. A las cinco. Y punto.
Pero era un billete extra. Varo que me permitió salir de la casa de mis padres, para independizarme, para ser un adulto. Para “madurar bien” como persona, nos dijo una vez mi abuela en reunión con todos los nietos preuniversitarios.
Sé que eso es difícil en estos tiempos de crisis perpetua y estúpidas guerras contra el narco, pero tenía que hacerlo.
Era ahora o nunca.
Sin embargo, el problema era salir a las diez de la noche en punto, dejar las oficinas bien cerradas, conectada la alarma y correr como alma que persigue el diablo (“¡Shiaaaale, qué loco!”) para alcanzar el último micro que pasaba por la Prolongación de la Reforma y llegar al departamento antes de las once.
Bueno, en realidad ya no importaba mucho a qué hora llegara.
No ahora que ella se había ido. “Necesito estar más tiempo contigo”, fue su último reclamo.
La ecuación había sido fácil: tiempo extra da más dinero. La disyuntiva, no: o tiempo (ella), o dinero (“¡adiós, puto!”).
 
***
Una nube negra recorrió su alma cuando se dio cuenta que pasaban de las diez veinte. Llegó presuroso al parador sólo para recibir el helado viento en su rostro cansado y con principios de somnolencia.
“Maldita sea, ahora sí había estado medio perro el ajuste”, pero no le gustaba dejar trabajos sin terminar. No de los que le distrajeran durante las horas de oficina.
A ver si no terminaba yéndose en un taxi que mínimo le transara cincuenta. “Es que está bien lejos, mi joven, y ya es nochecita también, ¿no?”
Le había pasado dos veces en la semana, otra vez sería desastrosa para sus “malabarismos financieros”.
Suspiró con tristeza.
Mínimo cincuenta. Cincuenta pinches pesos que le costaba desembolsar ahora que ahorraba para el auto.
No quería mucho, de a perdis un Atos que lo llevara y lo trajera con la mínima decencia que requería.
“Bueno, también está el tren de las diez y media”, le había comentado su antecesora (Lidia, morenita, de su estatura, de cadera generosa y muy apasionada para fornicar), “pero no es seguro, ¿eh? Varias veces me tuve que ir caminando a la casa”.
Así fue como ella se había agenciado su coche. Y, claro, cuando lo compró le “heredó” la oportunidad de hacerse a él de una nave. Lidia ahora trabajaba en otras oficinas de la misma dependencia. Aunque se veían de vez en cuando.
Y, por supuesto, seguía gimiendo igual de excitante que siempre.
Sonrió no sin cierta amargura.
Ignorando las constantes señales de los taxistas que “le echaban las altas”, decidió que aprovecharía ese renovado ánimo (vulgo, una incipiente erección) para caminar hasta su departamento.
Sin embargo, a lo lejos lo vio llegar (¿o aparecer?).
El “tren” de las diez y media.
El último tren a Londres (“Jajaja, pinches pendejadas que piensas”).
El “tren de los condenados”.
 
***
Pinche micro, con las luces apagadas, con los pocos pasajeros “salpicados” en todos los asientos, con el ambiente en penumbras y con una música casi de musak, en verdad parecía el tren directo al… perdón, el puto micro straight to hell.
“Puta madre, huele como a tacos de tripas, eructos y sudor. En fin…”
Subo tropezándome con los escalones desiguales y estrechos. Miro al conductor que responde con un murmullo al “gracias. Buenas noches”. La oscuridad le cubre el rostro como una segunda piel. Saco el único billete de cien que tengo y se lo extiendo, hago la mueca de “es el único que tengo ya”.
—Orita’ le doy el cambio, joven…
Le digo que no hay problema. Que llego casi hasta la base. Alcanzo a distinguir entre la penumbra cómo esboza una mueca.
Dos jóvenes, obreras seguramente, sentadas detrás del conductor, dejan de cuchichear y me miran con poco disimulo. Los demás permanecen indiferentes, seguramente dormitando o perdidos en sus propios problemas. La mayoría son obreros. Como yo.
Sólo que con diferente sueldo.
Ellos no piensan en coches nuevos.
Por inercia, por costumbre, quien sabe por qué, me siento al final del micro, esperando un rápido recorrido para llegar a dormir.
Dormir.
 
***
Sí. Dormir como recién nacido.
Dormir como bendito hasta el otro día.
La idea anidó con fuerza en su cerebro, y mientras el transporte avanzaba por las calles casi vacías cerró los ojos. Un enjambre de langostas le rodeó el sueño con un zumbido que duró años. Tal vez sólo segundos.
O un eón completo.
Casa. Cama. Sueño. Dormir. Ella. Lidia. Cena.
Dormir.
Las ideas sólo eran uvas que flotaban en un champán rojizo. En un Campari de hemoglobina lenta, mientras él las veía pasar (allá, en la superficie) nadando en ese rubí acuoso.
De pronto (o tal vez no tanto), la penumbra del microbús se tornó carmesí y parecía que sombras caminaban alrededor suyo, entre los asientos.
A través de los asientos.
Entreabría los ojos pero era como si una bruma de plomo, una reja de acero, no le permitiera distinguir lo que era real de lo verdadero.
“Un cambio de a cien…”, pero la voz le sonó inmaterial, profunda, más allá del microbús.
Al final del túnel.
Abrió los ojos. Ellas, las jóvenes de los primeros asientos, estaban paradas junto a él.
Sin mediar palabra, una le colocó las manos sobre los hombros. Eran zarpas de hierro, cobre y bronce.
La otra, con una mueca (también de cobre), sólo le bajó el cierre, le deslizó el pantalón y se sentó a horcajadas sobre su miembro erecto, en esa excitación que proporciona la vigilia, a pesar de la certeza que comenzaba a abrirse paso entre el vago calor y el delicioso bienestar de ese reverse cowgirl que disfrutaba sin duda.
“Estoy muerto.”
Pero ya no le importó mucho.
Como no le importó la penumbra rojiza que le rodeaba. ¿Era el infierno o sólo unas luces de ambulancia?
Como tampoco le importó la inmovilidad de los demás pasajeros. ¿Eran también condenados, otros heridos inconscientes o sólo simples cadáveres de decorado?
Ni que esa pelvis golpeando la suya con fuerza (mientras una lengua a su espalda le recorría el cuello y las orejas con gula) significaba la amenaza de lo desconocido. ¿Eran unas malditas diablesas o sólo su cerebro preparándose para el trauma último?
Al final del recorrido ¿despertaría?
Tal vez.
 
***
El microbús se perdió a gran velocidad en la oscuridad de la noche recorriendo el asfalto como alma en pena.
Buscando un pasajero más.
 
®© 2011/2012. Carlos A. Limón
 
®©. "Obsession". Michel Möbius.

miércoles, 19 de septiembre de 2012


Los 10 años que
vivimos en peligro

Para Mary Téllez

—¿Es cierto, entonces, que ya murió?
   —Eso dicen, salió en la tele…
—Sí, ¿pero tú qué piensas?
—Yo… no sé…
Sin terminar la frase, volvió a acariciarle las tetas, entreteniéndose en los pezones que saboreó con fruición, con cierta ansia, como si apenas los conociera.
Claro, después de 10 años de ausencia era como iniciar de nuevo. Recorrer otra vez el cuerpo, no los recuerdos.
Acariciar esas caderas más curveadas; ese torso flexible, maravilloso; esas nalgas, sí, más grandes pero igual de duras, prietas.
Abrazar, poseer ese cuerpo conocido pero al mismo tiempo inédito.
Y entre las sábanas, mientras acariciaba ese cuerpo extraño hasta hace unos días, recordó la triste despedida.

***

La conoció a principios de 2001 cuando perdía el tiempo en el centro, en los portales, después del trabajo. Ella estaba sentada en una de las mesas del Royalty con la mirada triste perdida en la nada, con unas ojeras que vestían de negro esos ojos que le dieron la estocada cuando cruzaron la vista.
Ella sonrió.
Eso fue suficiente para que tomara asiento pretextando una pendejada (y si no la recordaba es que lo había sido). Y así lo entendieron ambos, sólo como un motivo laxo. Platicaron como viejos conocidos que no lo eran, mientras él medía los pasos con puro Havana y agua; ella, sólo con café, american style y nada de azúcar.
Esa primera vez fornicaron con ansia, con furia en el Bahamas (que estaba de moda, por cierto), devorándose por completo, toda la noche y parte de la madrugada.
Luego, las reuniones secretas fueron refinándose, a salto de mata, cuidándose las espaldas, planeando agendas secretas llenas de lujuria y de deseo, de promesas, de falsas amenazas, de enemigos imaginarios y monstruos, pero siempre con una especie de final feliz y un “continuará” para el siguiente encuentro.
Eso los salvó de caer en la rutina.
Cada suceso era un pretexto para nuevas historias que terminaban invariablemente entre las sábanas del Bahamas.
Sin embargo, la mañana del 11 de septiembre ella le marcó al cel con la voz entrecortada, entre sollozos, pidiéndole que viera la televisión.
Pero no había necesidad.
Él miraba incrédulo cómo chocaba primero un avión, quince minutos después el segundo. La explosión de los dos rascacielos; la gente, desesperada, aventándose al vacío para golpearse contra el edificio y quedar literalmente embarrados en el pavimento, antes que morir calcinados. Luego la caída de los edificios. Como en las peores pesadillas cinematográficas de los gringos, sólo que en las pantallas de televisión, en los noticieros, en vivo, cuadro por cuadro. Segundo a segundo. Minuto a minuto.
Llegaron al motel en silencio, anonadados. La realidad les había dado un guión, un filón más para explotar en sus fantasías. Sólo que esa noche decidieron la paz de las caricias, de los abrazos, de la ternura.
Del llanto de ella.
Esa noche le dijo que estaba embarazada.
De su marido, claro.
Y sería la última vez que lo vería. “Por favor, no me llames”.
Así fue la despedida.
¿Triste?
¿Amarga?
¿Dolorosa?
Tal vez, aunque para él sólo fue la despedida.
Así, a secas.
Todos los días llegaba después del trabajo a La Taberna para embriagarse con una botella de Jack Daniels, ahogando su recuerdo entre lágrimas.
“Guardó el luto” una semana.
Luego, como todo, siguió su vida.

***

—Sí, ¿pero tú qué piensas?
—Yo… no sé…
Hizo una larga pausa para responder.
—… puede ser, pero si fuera ellos, los gringos, Osama me serviría más vivo que muerto, ¿no crees?
—Pero hasta filtraron fotos y dicen que hay videos…
—Aaah, son fakes… son falsas. Igual y es un montaje… No sé, puede ser.
—Sí, ¿verdad?
—Sí… puede ser…
Pero ella no lo dejó continuar. Montándose sobre su erección comenzó a moverse primero lento, con suavidad, luego más rápido, con violencia, como en los viejos tiempos.

***

 La vida después del placer y del amor.
Después del divorcio las cosas parecían más como las manecillas del reloj: todos los días recorriendo los mismos números, marcando las mismas horas.
Yendo hacia el mismo sitio, el mismo lugar.
El vacío.
La muerte.
El olvido.
Había llegado a un buen acuerdo para la pensión de su hija, verla los fines de semana (excepto cuando su ex salía de viaje con “la chaparra”, como le decía de cariño) y pasear con ella de cabo a rabo. Ahora con ella eran las historias, las visitas por la ciudad, los recorridos inventando fantasías, llenos de promesas, de falsas amenazas, de enemigos imaginarios y monstruos, pero siempre con un final feliz y un “continuará” para el siguiente fin de semana.
Un día, en el McDonald’s de Plaza Crystal (nunca supo a ciencia cierta cómo a “la chaparra” se le ocurrió ir hasta allá) mientras tomaba un simple —realmente simple e industrial— café americano volvieron a cruzar sus miradas de nuevo a través de las mesas.
Sintió cómo un escalofrío recorría su espina dorsal. De miedo, de rabia, de dolor. Y de recuerdos. Todo mezclado, como la “crema” del botecito —a saber Dios qué era eso, en realidad— que acababa de vaciarle al vaso con ese pinche brebaje oscuro disfrazado de café.
Había ganado peso (no como él, claro), pero lucía hermosa. Como una verdadera señora.
Divina.
Cuando su hija llegó con “una nueva amiga” a la mesa, quien a su vez a través de las mesas la llamó para acercarse (sí, a ella, a la misma que había amado y odiado por igual), supo que hay historias de la vida que parecen de cine.
Como aquella del 11 de septiembre.
Platicaron de muchas cosas que no tiene caso mencionar en este momento. Y al despedirse, mientras las niñas no veían, mientras él le ofrecía la mejilla para recibir el beso, ella le tomó el mentón para girarlo hacia su boca. Fue un beso simple, fugaz.
Como los de antes.
También le deslizó una tarjeta con sus números.
El siguiente miércoles le habló y el viernes volvió a sentir en el Bahamas (que, por cierto, también, ya no estaba de moda) su cuerpo, su carne hirviendo de placer y de deseo.

***

Llegaron juntos al orgasmo, como en los viejos tiempos. Entre saliva, jadeos, y una felicidad infinita.
No sabía cuánto duraría esto, pero ahora sólo lo dejaría ser.
Suspiraron, mientras ella se acurrucaba en sus brazos.
—¿Y tú marido sigue correteando “teiboleras”?
—… pues sí, algunas cosas no cambian después de todo… (Risas)

©® 2011/2012. Carlos A. Limón.



©® Michael Möbius.

viernes, 22 de junio de 2012

Motel de Paso

Confirmación

Carlos A. Limón

La conocí en la Autónoma (antes que los decretos la transformaran en Benemérita), en la Facultad de Filosofía y Letras, en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica para ser certeros.
Cuando soñaba con ser escritor.
De tez apiñonada, no fue la excepción que confirmara la regla. Nunca tuve alguna preferencia en particular sobre colores de piel, grados académicos ni complexiones corporales; después de ella siguieron más mujeres apiñonadas, rubias o morenas. Altas o bajitas. Delgadas o regordetas. De grandes senos o enormes caderas. Discriminador no. Nunca.
Era un sencillo postulado, la regla de (baño en) oro.
Esta Mercedes, llamémosle así por hacerlo de algún modo, tampoco fue noviazgo corto ni largo, matrimonio, amante o “amiga con derechos”.
Simplemente fue.
Como una blitzkrieg.
Rápida.
Violenta.
Pero repetida.
Pasión de verano. Y con él murió.
Nunca hicimos nada extra. Ni inventamos nada nuevo. Ni descubrimos el hilo negro del sexo, la fórmula infalible.
Ninguno era virgen (o como quiera que se le llame a esa condición).
Tampoco promiscuos.
Normales, así, sin más.
Sin embargo, únicas fueron las veces que rondamos el parque Juárez, el Paseo Bravo o las calles aledañas a su casa; siempre después de medianoche, siempre pegados uno contra el otro, siempre bajo una vieja gabardina negra que hizo historia (polaca, que conseguí en un mall de Brownsville). Siempre bajo la lluvia.
Primera vez bajo una lluvia.
Recuerdo un aguacero torrencial y varias llovizna
Nunca volví a intentarlo.

Nunca volví a verla.
Pero una cosa quedó clara después de ella. La confirmación de una sospecha.
Que la pasión animal mitigada con sexo y agua genera un poco de amor.
Que la pasión animal mitigada con alcohol genera inspiración.

©® 2012. Carlos A. Limón.




©® Frank Miller.

sábado, 7 de agosto de 2010

Micronautas


Micronautas


Carlos A Limón


"Son puras mamadas", pensó la puta.
Y dejó de trabajar en el Paseo Bravo.

viernes, 21 de mayo de 2010

La Suerte...


“Si (el juego) es honesto, (entonces) es aleatorio.”



¿Águila o sol? (II)


Carlos A Limón



Cruz…
Profesora de tiempo completo de la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la uap, Hortensia Reyes Fernández es totalmente realista respecto a las supuestas “bondades” de los juegos de azar.
Está entrenada para descartar elementos ajenos a los de las teorías de juegos, estadísticas y probabilidad, como los números de la suerte, la intuición, las ayudas misteriosas y otros fenómenos más allá de la ciencia, de la lógica. Y al respecto, es contundente.
—¿Qué opina un matemático de los juegos de azar, de los juegos de lotería? ¿Son fiables o son puro negocio?
—Son puro negocio, porque las probabilidades de que ganen son chiquitas, muy chiquititas. Matemáticamente las posibilidades son muy pocas, porque es un juego de azar.
”En la lotería la gente invierte su dinero, pero la oportunidad de que gane es más que nada psicológica, es decir, sentir que puede ganar. Pero lo que nosotros sabemos es que sólo gana una persona —y sí, gana mucho— pero cuántos son los que jugaron; esos perdieron, pero nadie lo nota.”
Por eso reveló que una de las claves para entender el funcionamiento del negocio de la lotería son las cantidades de la emisión. “Como se tienen muchas numeraciones —son grandes, del tamaño de los boletos que se emiten— es poco posible que se tenga éxito, y esa es la ganancia de ellos. Eso sí, depende de las cantidades de boletos, pero aún así sigue siendo azar.”
—O sea, ¿no sirven las estadísticas, ni los cálculos, ni nada?
—No, no, eso no sirve. Todo es aleatorio; incluso cuando es negocio también se alteran los instrumentos. O cuando se encuentra una secuencia ganadora (en los casinos), hay gente que vigila esas circunstancias, para evitar que la pérdida no sea grande, porque no les conviene.
Cuestionada sobre los famosos “métodos, rutinas o seguimientos” de jugadores “experimentados”, Reyes Fernández continúa inamovible, no da cuartel. “A pesar de que sea un jugador que se la pase comprando, comparando qué combinación fue la ganadora, quién fue el ganador. Aunque encuentre una secuencia, una combinación ganadora, sabemos que en el siguiente juego vuelve a cambiar, es normal.
Incluso en los llamados sorteos de instituciones de asistencia social, o de universidades aplica los inflexibles conceptos, aunque la emisión de boletos sea limitada. “Sí, sí, claro. Son pocos, realmente pocos los que reciben premios, en comparación de los que compran boleto. Porque finalmente es un juego, es un negocio, y debe tener una ganancia. Todo es en función de eso. ‘Debo obtener más de los que voy a entregar’, es el lema”.
Al preguntarle sobre las supuestas secuencias ganadoras, leyendas urbanas del arte de la apuesta, que cerebros aparentemente “entrenados” —o con dones matemáticos naturales que pululan en películas o series de televisión— tienen, la entrevistada esboza sólo una sonrisa demoledora.
“La verdad, cuando sucede, yo creo que le salió de ‘chiripa’, por que si uno quiere hacerlo en serio, debe tener unos modelos (matemáticos) bastante complicados, y aún así es difícil. Si no, gente que tiene bastantes conocimientos y trabaja en las bolsas de valores ya se hubiera hecho millonaria desde cuando, ¿no? Incluso la gente que trabaja en la estadística de estos asuntos, ya se hubiera hecho rica, más rica que el más rico de los mexicanos.
”Por que siempre hay ahí una parte de azar que no podemos controlar, y es la que siempre está influyendo (sobre el juego).”
—¿Incluso ustedes como matemáticos, cómo personas entrenadas?
—Sí, ha habido profesores que han jugado a la lotería, a los juegos de azar. Pero al final de cuentas también vieron que es sólo negocio— concluye al señalar que siempre hay otras opciones para tener dinero, como trabajar, ahorrar e invertir con constancia, inteligencia, información y, tal vez —sólo tal vez— un poco de suerte.


©® Texto. Carlos A Limón. 2010
© Foto. Mireya Novo. 2010

domingo, 2 de mayo de 2010

La Suerte...


“A mí me gustan mucho los números 7, 9 y 13.”


“Todavía en la actualidad —con su Parkinson y Alzheimer— cuando se acuerda me pregunta si compré algún billete y si obtuve algún premio.”



¿Águila o sol? (I)

Carlos A Limón

¿Existe o no la suerte?, es la pregunta del millón de pesos.
Hay quienes creen en su existencia a pie juntillas; que ponen las manos al fuego por ese elemento incierto que nos hace humanos en toda la extensión de la palabra pero que puede controlarse con diversas técnica o estrategias. Y tan así que se juegan, prácticamente en una jugada, todo: fortuna, bienes, trabajo, salud, incluso la vida misma.
Otros, por el contrario, son escépticos racionales, convencidos de que si existe el azar está más allá de las posibilidades del control humano, científico o mágico.
Por eso nos aventamos el “volado” para mostrar las dos caras de la moneda del espinoso tema.
Suerte de dos mujeres, una convencida del poder de la suerte —a las pruebas se remite—, y otra con la aplastante contundencia de las matemáticas a su favor, escéptica convencida de que “pegarle al Gordo” es como golpear el viento. Las dos son profesionistas, pero ambas tienen visiones distintas.


Cara…
“Creo que en buena parte es porque a mi papá también le gustaba jugar, o apostar a un número determinado”, así explica Inés el origen de lo que siempre ha sido una pasión: jugar y apostar a la suerte, encarnada en algún boleto de lotería o de los tantos sorteos que semana a semana llenan las tablas de resultados de los expendios. “Recuerdo aquellas caminatas desde la colonia Santa María hasta la 4 Poniente para buscar su billete en Navidad”.
“Todavía en la actualidad —con su Parkinson y Alzheimer— cuando se acuerda, me pregunta si compré algún billete y si obtuve algún premio.”
Pero no sólo es una de las miles de entusiastas que mes con mes, quincena a quincena, semana tras semana, deposita su dinero “a fondo perdido” esperando que una afortunada combinación de números le retribuya con creces lo ganado. “Recuerdo que hace diez años fui con mi sobrino Juan Pablo a buscar un billete a las 7:00 PM, y lo encontramos en una casa que ya no es expendio de lotería. Ese billete nos aportó dinero para comprar zapatos para mi sobrino, ropa y regalos para mis familiares.”
“Posteriormente, obtuve varios premios de 2 mil o 3 mil pesos, que también fueron de gran utilidad.”

El dinero habla...
Sin embargo, independientemente de la “herencia familiar”, esta suertenauta desafía el azar y la probabilidad con algo más que entusiasmo y muchas ganas.
“Recuerdo una ocasión en la que estaba terminando mi maestría y no tenía dinero para imprimir la tesis; fui y le supliqué al Señor Justo Juez del templo de San Roque que me ayudara, y la verdad me envió casi la cantidad total para la impresión, encuadernación y presentación de mi trabajo.”
Pues sí, a pesar de su grado de maestría, Inés confiesa que “algo” más allá de la lógica y las matemáticas, de la estadística y la probabilidad, hace que escoja las combinaciones de números que no la dejan irse “en ceros” con tanta frecuencia.

Method woman
“A mí me gustan mucho los números 7, 9 y 13. Sin embargo, en una ocasión tomé una terminación 2 y mi hermana me dijo ‘ese número ya salió la semana pasada’. Revisé la lista de premios y era cierto, el número 2 ya había salido, lo que no sabía es que en esa semana también cayó en terminación 2”, comenta Inés sobre los números de su preferencia, aunque siempre hay espacio para la intuición y ese plus que nunca la defrauda. “Primero que nada tiene que gustarme la combinación de los números, después me fijo en la terminación y en muchas ocasiones —cuando estoy pidiendo que me ayuden ‘mis ángeles’— he llegado a ver plumas deslizándose sobre el billete o como un ala que me indica qué billete… bueno, ¡entiendo que eso nada más lo veo yo!”

Toma mi mano
Aunque no vive en jauja, Inés reconoce que el dinero no falta porque también está un complemento que aplica cada vez que juega: ayudar a la gente con parte de lo obtenido.
“Hace como tres años compré 20 billetes del mismo número y no quise saber nada (de ellos), hasta que compré el diario y el número ganador del premio mayor era similar en cuatro números al mío, sólo en dos no. De todos modos me tocó un pequeño premio, que agradecí cooperando para la restauración de una capilla.”
Y ante la pregunta de ¿por qué ayudar a otros?, responde con la convicción de tener la suerte de su lado, “porque pienso que si tuvieron la gentileza de ayudarme (los ángeles), yo también puedo y debo ayudar a quienes pueda… en este momento voy a concursar en mi trabajo por un premio y ya le dije a mi familia que si gano ese premio le enviaré a Haití una tercera parte del mismo”.

Si le pegara al gordo
Finalmente, ante la pregunta expresa de qué haría si le “pegara a El Gordo” (premio mayor de la Lotería Nacional), no lo duda para responder, “ayudar a mi familia, a mi comunidad y, por qué no, también a otras personas que lo necesiten”, concluye quien —quizá no lo sepa, aunque tal vez sí— tiene una atribución mejor que la suerte en los juegos de lotería y azar: su inquebrantable ánimo para trabajar.


La suerte en frases

¿Por qué Haití y no la Sierra Mixteca?
“Yo digo Haití porque en este momento es el lugar con más necesidades, aunque no dejo de ver que en mi propio estado también las hay.”

Sí funciona…
“(…) Cuando pides con fe es porque en realidad lo necesitas para algo que te va a apoyar a tener un mejor trabajo, o para que puedas pagar tus medicamentos, sí hay una respuesta positiva a tu petición.”
©® Texto. Carlos A Limón. 2010
© Foto. Mireya Novo. 2010

miércoles, 24 de marzo de 2010

Su majestad, el Charlie Monttana


Bueno, y como junto viene con pegao', durante esta celebración de las Noches de Punk, entrego la entrevista que hice con el inimitable, incombustible e inigualable Charlie Montanna (chale, ya sueno como la Micha), verdadero estandarte del ROCK 101% chingón, underground pero no menos bueno. Claro, también en IR 408.
¡Salud, compadres!


“Que me digan que soy una leyenda… bueno, (pues) ni mártir ni leyenda ni mito, ni puto ni pendejo, ni nuevo ni viejo.”


“Me quedo en Puebla a dormir”: Charlie Monttana


Carlos A Limón

Cuatro devaluaciones… aparecieron los cajeros automáticos (risas), “El Chopo”, más bandas, más disqueras, el Vive Latino, el increíble internet… y ¡el rock se volvió una locura!
Así resume Charlie Monttana 26 años de carrera, desde el inicio con el grupo Mara hasta las producciones con Vago, y su faceta solista. “Ahora todo mundo toca, ya no somos esa tribu sectaria de tres o cuatro bandas —allá en 1983— cuando había un pequeño forito que (nos) daba el Canal 11 a algunos artistas algo de publicidad”.

Contra la Historia oficial
Rabiosamente contrasistema, Monttana pone el dedo en “la llaga” al señalar la verdad detrás de la autollamada “Historia del rock en México”. “(…) La historia la escribe la gente que tiene la posibilidad de hablar y decidir.
”Desgraciadamente, gente como Enrique Krauze escribió, e hizo en video (Su Historia); dijo que el rock n’ roll eran estas bandas que aparecieron en el canal 2; esa historia que va desde los Teen Tops, y donde sale La Maldita o Ritmo Peligroso, donde salen bandas como (la de) Miguel Mateos y demás.
”Él no sabe de la cloaca que vivieron realmente los Teen Tops en esos cuatro años ‘de vida’ que tuvo esa madre que (Krauze) llama los ‘grandes años del rock n’ roll’. Él no sabe eso, a mí me lo contó Johnny Laboriel, me lo contó Javier de la Cueva, (me contaron) cosas bien netas.”
—¿Cómo es, entonces, la historia del rock?
—Este buey no habló de la ‘placenta’, del crisol, del auténtico rock ‘madre’. Krauze no supo que estuvieron (ahí) también Enigma, Nuevo México, o los Dux Dux.
”Nunca habló de Lira n’ Roll, del Haragán (y Cía.), de Charlie Monttana (risas), ni de Mara ni de Vago, habló de lo que le convenía.
”Hay bandas bien importantes a las que no se les nombró, celebridades como Toncho Pilatos, como el Pájaro Alberto; bandas como Árbol, que no tuvieron una resonancia por falta de medios. Y ya ni hablar de Ginebra Fría o StrayCats, bandas que se perdieron.”

26 años 26
Con su inimitable estilo, su mata larga rubia, gafas “de gota” cromadas en un tono azul cobalto, y el clásico sombrero de cowboy, Monttana rememora para Intolerancia Revista esos 26 años de carrera profesional. De idas y venidas (en buen plan). De la vida y los recuerdos, donde él ha sido la constante. “Entendí que alguna vez tuve que caminar una senda hasta llegar a una cerrada, (para) regresarme y volver a empezar.
”Si tuviera que regresar la cinta de mi vida, volvería a caminarla sobre los mismos caminos, problemas y triunfos. Y si algo estuvo mal… pues, bueno, ¡salió un poco mal! (risas), pero siento que vamos por buen camino.”
—Y llega un disco nuevo…
—Sí. Aparece el disco de duetos que no es un homenaje, no es un tributo… ¡me caga ese tipo de mamadas! Yo invité a mis amigos, y se dio de manera increíble. Están muchas bandas y está muy chingón.
—Sin embargo, ¿eres una leyenda?
—Que me digan que soy una leyenda… bueno, (pues) ni mártir, ni leyenda, ni mito, ni puto ni pendejo, ni nuevo ni viejo (risas).
”Me siento un Mustang 69, un clásico. Simplemente me sigo considerando un amateur —como se sintió Ray Davis con los Kinks—, así me gusta sentirme y divertirme.”

El inicio
Sin embargo, mientras avanza la charla de la remembranza, Monttana nos lanza hasta esos tiempos, cuando comenzó todo.
“Como Charlie (empecé) hasta 1997, cuando se rajó Mara. Ahí fue cuando ‘a güevo’ tuve que empezar como solista. Al principio tuve temor pero no tenía alternativas. Batallé hasta que salieron Todos estos años 1 y 2, luego llegaron el Montamorfosis, el Unlovable (en vivo). A partir de ahí (prenden las rolas) 'Vaquero', 'Mi terrible soledad', 'Tocando el cielo', 'Pinche vatito', 'Corazones rotos', etcétera; aparecen estos madrazazos, y ya como solista me empiezo a colocar.”
—En esos 26, ¿cómo ha sido la banda?
—La gente sólo ha cambiado la apariencia, (porque ya) hay un ‘open mind’. Pasan cosas que no pasaban antes; los jóvenes crecen más rápido que antes. Antes no podíamos tener acceso a las ‘viejas encueradas’ ni a las drogas tan fácilmente, (pero) tampoco (había) tanta violencia.
—¿Y en provincia?
—La primera vez que salí a provincia fue en 1993 con Vago, fue a León, una ciudad padrísima; (desde entonces) desgraciadamente a León sólo he ido unas 8 o 10 veces.
"La siguiente ciudad que conocí fue Puebla, y a la ciudad vengo mucho más veces al año. Son cuatro o cinco estados donde trabajo, no voy a decir mentiras, y son Puebla, Querétaro, Toluca (Estado de México), a León (Guanajuato) voy más espaciado y a Guadalajara (Jalisco) no voy desde 1989, y es bien triste por que siendo un lugar tan vasto, no toco aquí en México."
—Irónicamente, más en Estados Unidos…
—Tristemente voy más a los Estados Unidos; de los 50 estados, conozco unos 44, y de cada estado como unas cinco ciudades; es bien duro decirlo.
”Ahora vamos a dar un brinco a Sudamérica —igual se arman unas cosas en Europa— pero es más fácil allá que aquí… ¡Qué estúpido!, ¿no? Y lo lamento, porque mi casa es aquí."

¡Qué chula es Puebla!
—Pero, ¿en Puebla?
—Puebla es mi segunda casa. Puebla me arropa, me hace “casita” siempre. Amo a Puebla. Es el público más vivo, siempre me ha dado unas muestras de cariño bien grandes, y me quedo con Puebla.
—¿Puebla es “neta”?
—Bueno, te lo voy a decir… éste es el plan. Es más, te lo voy decir sencillo: Mi tumba la voy a comprar aquí.
”Me quedo en Puebla a dormir.
”Puebla es muy rico, porque toco en un club, en un antro muy íntimo, (también) toco en un lugar para 3 o 5 mil gentes y siempre es magnífico, siempre es increíble.”

Charlie Monttana en frases
El dato
“Después del Alócame con tus piernas (de Mara) llegó el Todos estos años 1 y 2 —con 22 canciones inéditas— algo que nadie había hecho en México —U2 sacó el Rattle & Hum como disco doble con puras inéditas— (…) y claro, todos tenemos que hablar de los Beatles, aunque también hay un cover de Rigo Tovar (risas). (Desgraciadamente a) Todos estos años 1 y 2, la compañía los sacó como dos discos —no había razón para eso, era un disco doble— ya que querían meterse dos varos en la cartera."

El estilo Monttana
“(…) Llegó un pendejo y le puso una etiqueta (a la música). (Según), yo estoy en el mercado del rock urbano, pero igual toco rock latino, blues, heavy metal; varias cosas al mismo tiempo. No puedo decir que estoy en un sólo estilo, he coqueteado con todos los ritmos, excepto con el hip-hop, eso sí como que nunca entró en mi ‘pedo’.”

“(Antes) no había rock ‘fresa’, rock urbano, rock ‘ñero’ ni rock elegante; éramos lo mismo. De ahí viene mi ‘onda’ de que el rock ‘madre’, el rock ‘padre’ es esto.”

“Creo que me he dedicado a echar a perder ya como a cuatro generaciones (risas), y me siento feliz por eso, por que los sacamos un poco (de la cotidianidad).”

La raiz
“Crecimos de una manera silvestre, pero también de un modo amigable —interior y personalmente— porque hemos hecho lo que hemos querido.”

“He estado bien y mal. He estado arriba y abajo, y he estado tirando madrazos siempre.”

“No puedo reclamarle algo a la sociedad porque nunca fui parte de ella.”

“Íbamos al parque y nadie nos robaba; tomábamos agua de las mangueras y no nos pasaba nada —sobrevivimos a cosas ilógicas—; escuchábamos Radio Capital (risas), la hora de los ‘Rollings’, la hora de los ‘Creedens’."


©Carlos A Limón. 2010
©Foto. Francisco Guasco. 2010
®Grupo Intolerancia™. 2010